La Rima LXXIII define muy bien esa sensación helada que sentimos no sólo ante la muerte, sino ante los muertos. Cualquier época del año es propicia para reflexionar, aunque el 1 de noviembre por ejemplo es uno de esos días donde muchas personas en el Mundo meditan sobre este tema y recuerdan a los que nos han dejado. A veces el poeta es más humano que los demás, cuando tiene que enfrentarse a misterios tan oscuros y dolorosos.
DESCRIPCIÓN
El poeta nos cuenta la muerte de una niña, quién sabe si la conocía, pero esa muerte le apena profundamente. Durante el poema se van remarcando los versos del estribillo: “¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!” Una exhortación de lo más visceral, ¿busca una respuesta o solo apela a Dios por tradición? De todas formas, con o sin Dios, un sentimiento de abandono nos turba a todos cuando sufrimos la muerte.
Pocos, pocos poetas han expresado tan bien esa sensación contradictoria, todos hemos de abandonar a los difuntos en sus tumbas, y sin embargo, qué solos se quedan, qué ganas de permanecer con ellos más tiempo. Por eso existen los días de reflexión, en los que les recordamos e intentamos recuperar su compañía, ojalá el Alma esté en el cielo.